quarta-feira, 16 de janeiro de 2019

Casandra X






Casandra

Por inspiración especial

Fue así como comenzó el trágico destino de Troya. Una detrás de otra se sucedían las batallas, se sucedían los combates a fuego y espada y con el empleo de terribles proyectiles. Bravos como leones combatieron los troyanos, llenos de noble coraje, mas los griegos eran contendientes de noble hidalguía.

En los primeros años fue un noble medir de fuerzas, una guerra animada de espíritu e ingenio. Mucha fue la sangre que hubo de correr; muchas también las madres que lloraron a sus hijos y las mujeres que lloraron a sus maridos. Muchas fueron las embarcaciones que se perdieron, y la gravedad de los tiempos comenzó a roer en las almas de los hombres.

Poco a poco fue creciendo la exasperación, fue aumentando el odio. Las erinias recorrían el país atizando la ira con sus antorchas y látigos, y las tinieblas siseaban y bullían por toda la Tierra, azuzadas por las diosas de la venganza. Una y otra vez rechazaban los troyanos las embestidas de los bajeles griegos; tanto más numerosos y furibundos, empero, se volvieron estos ataques.

Muchos fueron los héroes gravemente heridos que hubieron de ser llevados intramuros. Casandra asumió su cuidado con la ayuda de sabios galenos y diligentes mujeres. Sanador era el efecto de sus palabras; sanador también resultaba el contacto de sus manos; todo aquel al que ella veía se sentía lleno de nuevas energías. Su campo de acción se fue haciendo cada vez mayor, y mayor también se hizo el círculo de su influencia espiritual. Los mejores y más puros querían prestarle su ayuda y servirle de ese modo, felices de poder estar en su cercanía. Grande era la paz que emanaba la joven.

Las palabras de Hécuba ya no le llegaban.– Casandra seguía su propio camino, un derrotero determinado por excelsas leyes.


Sobre las aguas del vasto ponto se oía el intenso fragor de la batalla: los gritos y bramidos se entremezclaban con el resonar de los cuernos y el estridente silbido de los proyectiles. Hachas golpeaban, amenazantes, las tablas de las naves y el vapor del mar hirviente se mezclaba con el martirizante y asfixiante humo negro de vigas carbonizadas. Hechas jirones, flotaban en el agua, ardiendo cual antorchas, velas impregnadas de aceite caliente. Luces espeluznantes iluminaban terribles escenas de horror. El denso humo negro que dimanaba de las naves en llamas se extendía por varias millas a la redonda, impidiéndole al espectador cualquier visión del panorama.

Grande era la preocupación en Troya por lo que pudiese estar ocurriendo allá en el mar. Los griegos habían recibido numerosos refuerzos: eso, por lo menos, sabía la gente. Pero ya el combate se había extendido por días sin que llegaran noticias a tierra. La población estaba sumamente inquieta.

Poco a poco la gente había abandonado la esperanza de que el enemigo acabaría emprendiendo la retirada, y la cercanía de la flota de los aqueos causaba gran pesar en los ánimos de todos. Horrorizada, la gente veía que, pese a todas las bajas sufridas, el enemigo no hacía sino fortalecerse cada vez más. Constantemente les llegaban nuevos refuerzos, gracias al acaudalado Agamenón, quien había asumido la dirección de la campaña bélica.

En momentos en que nadie la observaba, Casandra se frotaba las manos nerviosamente. Ya no debía intervenir con su saber; así se lo ordenaba el Espíritu de la Luz. Muda y triste andaba la joven de un lado a otro, presa del desasosiego y la preocupación por los suyos, por la ciudad, por su gente. ¿Quién iba a vigilar, quién iba a prevenirlos? Al fin y al cabo, todos estaban ciegos y sordos, poseídos por su egoísmo y sus pasiones. El miedo despertaba en los hombres sus malos instintos. Así, se habían excluido a sí mismos de la conexión con las ayudas puras, y las tinieblas no cejaban en su empeño, generando todo el tiempo nuevas formas espantosas, tanto sobre Troya como sobre Grecia.

Enojadísima erguíase Palas Atenea en toda su estatura sobre ambas tierras. La diosa sostenía a manera de escudo ante su rostro radiante la terrible cabeza viperina de Medusa, y esta le mostraba a los hombres su risa sardónica y desprovista de toda piedad. La crueldad y la voluptuosidad alcanzaron proporciones que iban mucho más allá de lo que el hombre de hoy se pueda imaginar. Las que más degeneraron fueron las mujeres. Las bárbaras vivencias de la guerra y la separación de los maridos crearon en las ciudades helenas un espantoso estado de cosas. Las mujeres caían cada vez más bajo. El culto a los dioses devino en idolatría y los semidioses fueron exaltados al nivel de santos patronos de orgiásticos festivales. Grecia en especial se había convertido en una total abominación.

A Casandra el amor del Padre Eterno le puso un velo alrededor de su clarividencia, no fuera la joven a perecer prematuramente por el dolor causado por la perdición de la raza humana. Pero tan pronto como ella calló y, súbitamente, dejó de intervenir en el obrar de los hombres, igual de pronto perdieron estos lo que ella les había dispensado. ¡Qué rapido olvidaban lo que la joven les había enseñado!; ¡qué rápido se esfumaban el respeto y el amor que hasta hacía no mucho habían tenido para con ella! Casandra, que toda una vida había estado sola, ahora era despreciada también. Y en noches llenas de dolor, cuando yacía en la oscuridad y anhelaba la luz de su patria, del corazón se le escapaba un ruego:

«¡Oh, Eterno y Omnímodo, qué te hecho para que me castigues así! ¡Aparta de mí esta amarga copa; pero que se haga Tu voluntad, y no la mía!».

En eso se escuchó un intenso bramar que atravesaba muros y paredes; la casa temblaba, y el cuarto se vio inundado de una luz en la que cobró forma una cruz. Y entonces se oyó una voz:

«¡Escucha, María, YO SOY quien te ha llamado!; ¡aguanta! Tuyo es el Reino y el Amor; portadora de este eres. Yo soy uno con el Padre y tú eres parte de Mí. ¡Toma tu Cruz y sígueme!».

En la luz había cobrado forma un rostro con la blanca pureza de un ángel, la perfecta belleza de un dios y la gran severidad y bondad de un rey. El ojo de este rostro estaba completamente permeado de la Luz de la Vida.

Ahora Casandra sabía por qué se le había retirado el don de la clarividadencia: fue por amor y en aras de su coronación.

En sus manos cerradas la joven sostenía una piedrecita de un blanco reluciente; seguramente, el Espíritu de Dios se la había traído. Desde ese momento llevó siempre la piedra consigo en un lienzo que llevaba en su pecho.

Esta fue la preparación de Casandra para la parte más difícil de su existencia terrenal.


(continúa)




Una traducción Del original en alemán


Kassandra


Verwehte Zeit erwacht - Band 1 - 1935


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