terça-feira, 2 de outubro de 2018

Casandra






Casandra

Por inspiración especial
  
Mucho tiempo después de que Parsifal e Irmingard moraran en la Tierra como Abd-ru-shin y Nahome, las irradiaciones de la Luz permanecieron ancladas, gracias a este suceso, en muchas almas humanas en la Tierra. Estas irradiaciones llegaron incluso a propagarse allí donde encontraron el suelo apropiado. Tales lugares fulgían cual aislados puntitos luminosos, mientras los planos y reinos elevados se asemejaban a sutiles filtros que permitían el flujo de fuerza de lo alto sin impedimento alguno.

Así de permeados de luz estaban, además de los elevados planos espirituales, todos los planos de lo sustancial. Esa era la época en que todos los auxiliadores sustanciales aún podían realizar su gozosa labor en la materia física, toda vez que los hombres los reconocían y trabajaban con ellos. De ahí que vibrara un vida pura en tantos lugares de esta Tierra y que las sustancialidades obraran de manera manifiesta, siéndoles visibles a muchos seres humanos.

Fue así como en aquel entonces los seres humanos tuvieron conocimiento de los auxiliadores sustanciales, a los cuales, erróneamente, llamaban dioses, al ver en ellos seres de otra naturaleza y que vibraban de manera más pura en la voluntad de Dios, razón por la cual eran más poderosos también.–

Y el globo terráqueo, al igual que los demás cuerpos celestes, rotaba con acompasado ritmo en torno a su astro padre y dispensador de luz, el resplandoroso Sol.

Fresco y joven se veía éste aún, pese a que, considerado desde el punto de vista humano, eran inimaginable e indescriptiblemente largos los tiempos que ya había dejado atrás e impenetrables los sucesos evolutivos que ya en ese entonces tenía en su haber. 

En torno a la Tierra se movían brumas que se encontraban en constante efervescencia y hervor y que brillaban y rielaban como el ópalo. Allí donde fulgían con colores más claros y luminosos, les estaban mostrando a las sustancialidades los lugares en la Tierra en los que estaba anclada la santa fuerza de la Luz gracias a espíritus humanos puros.

Las rutilantes corrientes luminosas de la pureza eran atraídas a estos sitios como por poderosos imanes. Transportadas por los auxiliadores sustanciales, eran procesadas por éstos, que entonces las transmitían a la materia. Así se iban tejiendo a lo largo de siglos y en torno a la Tierra redes luminosas que podían proveer nuevos puntos de conexión con la fuerza divina.

Sin embargo, allí en este círculo opalescente donde resplandecían colores oscuros, eran los lugares de la Tierra donde el pensar humano realizaba ofrendas al poder del intelecto, donde las orgías sustituían a los sagrados festivales divinos, donde acciones malvadas por parte de los hombres emitían sus oscuras emanaciones. Hacia lugares así no se inclinaba el rayo luminoso, y el brillar del reluciente ópalo se tornaba mortecino, sin vida.

Ese era el panorama sobre Babilonia, sobre Egipto, sobre muchas islas frente a las costas de Asia Menor, donde los tiempos de una volición humana pura se habían convertido en cosa del pasado. Lo que había sido un vigoroso crecimiento de pueblos maduros devino en decadencia, una decadencia acompañada de la sonrisa irónica de sus primas la corrupción y la depravación.

Mas sobre el azul del anchuroso mar brillaba con claro fulgor la delicada y ondulante red de materia física sutil, permeada por las puras corrientes de fuerza sustanciales. Y el sol resplandecía en las olas, que incesantemente emitían su bramante susurrar, cual lejana y grave música de órgano tocada en honor a Dios.

Nereidas jubilosas se movían con gran prisa de aquí para allá en este mundo de incesante bramar y, echando mano de las luminosas redes, se las extendían a los seres del aire. A lo lejos brillaban con la misma luz rutilante claros segmentos de costa dentada, islas y ensenadas. 

Puro, simple, sencillo y grandioso al mismo tiempo era el brillo que emitía también en su natural virginidad la costa de Grecia al otro lado del mar. La anchurosa espalda del Olimpo se alzaba llegando hasta el cielo teñido de añil, y en torno al majestuoso pico se agolpaba la agreste belleza del país cual ovejas que se agrupan en torno a su pastor.

Sobre el país de los griegos, sobre el mar y sobre la costa de Asia Menor al otro lado de la gran masa de agua se hechó a ver un movimiento particular. Una luz clara parecía transfigurar de manera especial este punto de la Tierra. Asemejándose a construcciones levantadas por poderosos gigantes, se alzaban en la costa grandes templos y fortalezas.

Poderosas ciudades resplandecían en la luz del sol y las construcciones que se veían en ellas atestiguaban, con su carácter estricto, grave y vigoroso, de fe, disciplina y orden, como también de diligencia, a la vez que entonaban un cántico excelso y heroico en honor a los eternos dioses.

Nada se percibía allí de ese éxtasis en lo frívolo y lo pomposo que más adelante quebrantaría la fuerza de este pueblo, mas ya se veía el germen de ese heroísmo tenaz y terco que convertiría a esos héroes que en un principio eran temerosos de Dios en aventureros violentos y porfiados que sometían a los más débiles, no para traerles progreso, sino solo por sed de poder. 

Lentamente se movía la plateada luz vivificadora del amor divino a lo largo de las costas griegas, como si buscara algo en ellas y al mismo tiempo vertiera sus bendiciones sobre la Tierra. Mas no acababa de hacer parada, no se dignaba descender por fin, ello pese a que los luminosos auxiliadores sustanciales ya extendían, jubilosos, sus brazos a lo alto, listos para servir de puente en la materia a la Luz de Dios.

El brillo plateado continuó moviéndose por las nubes que flotaban sobre la costa y el mar, y se detuvo un tiempo sobre el litoral de Troya.

De esa manera, fue preparándose el país, el pueblo, la casa en que habría de descender una chispa de la Luz de Dios. Ajenos a todo ello, los hombres seguían viviendo sus vidas llenas de trabajo, de lucha y de goces. Estos seres humanos vivían de los regalos de Dios, y en las fuerzas de la naturaleza no veían sino el operar de sus dioses.

(continúa)





Una traducción Del original en alemán


Kassandra


Verwehte Zeit erwacht - Band 1 - 1935





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