Casandra
Por inspiración especial
Mucho
tiempo después de que Parsifal e Irmingard moraran en la Tierra como
Abd-ru-shin y Nahome, las irradiaciones de la Luz permanecieron ancladas,
gracias a este suceso, en muchas almas humanas en la Tierra. Estas
irradiaciones llegaron incluso a propagarse allí donde encontraron el suelo
apropiado. Tales lugares fulgían cual aislados puntitos luminosos, mientras los
planos y reinos elevados se asemejaban a sutiles filtros que permitían el flujo
de fuerza de lo alto sin impedimento alguno.
Así
de permeados de luz estaban, además de los elevados planos espirituales, todos
los planos de lo sustancial. Esa era la época en que todos los auxiliadores
sustanciales aún podían realizar su gozosa labor en la materia física, toda vez
que los hombres los reconocían y trabajaban con ellos. De ahí que vibrara un
vida pura en tantos lugares de esta Tierra y que las sustancialidades obraran
de manera manifiesta, siéndoles visibles a muchos seres humanos.
Fue
así como en aquel entonces los seres humanos tuvieron conocimiento de los
auxiliadores sustanciales, a los cuales, erróneamente, llamaban dioses, al ver
en ellos seres de otra naturaleza y que vibraban de manera más pura en la
voluntad de Dios, razón por la cual eran más poderosos también.–
Y
el globo terráqueo, al igual que los demás cuerpos celestes, rotaba con
acompasado ritmo en torno a su astro padre y dispensador de luz, el
resplandoroso Sol.
Fresco
y joven se veía éste aún, pese a que, considerado desde el punto de vista
humano, eran inimaginable e indescriptiblemente largos los tiempos que ya había
dejado atrás e impenetrables los sucesos evolutivos que ya en ese entonces
tenía en su haber.
En
torno a la Tierra se movían brumas que se encontraban en constante
efervescencia y hervor y que brillaban y rielaban como el ópalo. Allí donde
fulgían con colores más claros y luminosos, les estaban mostrando a las
sustancialidades los lugares en la Tierra en los que estaba anclada la santa
fuerza de la Luz gracias a espíritus humanos puros.
Las
rutilantes corrientes luminosas de la pureza eran atraídas a estos sitios como
por poderosos imanes. Transportadas por los auxiliadores sustanciales, eran
procesadas por éstos, que entonces las transmitían a la materia. Así se iban
tejiendo a lo largo de siglos y en torno a la Tierra redes luminosas que podían
proveer nuevos puntos de conexión con la fuerza divina.
Sin
embargo, allí en este círculo opalescente donde resplandecían colores oscuros,
eran los lugares de la Tierra donde el pensar humano realizaba ofrendas al
poder del intelecto, donde las orgías sustituían a los sagrados festivales divinos,
donde acciones malvadas por parte de los hombres emitían sus oscuras
emanaciones. Hacia lugares así no se inclinaba el rayo luminoso, y el brillar
del reluciente ópalo se tornaba mortecino, sin vida.
Ese
era el panorama sobre Babilonia, sobre Egipto, sobre muchas islas frente a las
costas de Asia Menor, donde los tiempos de una volición humana pura se habían
convertido en cosa del pasado. Lo que había sido un vigoroso crecimiento de
pueblos maduros devino en decadencia, una decadencia acompañada de la sonrisa
irónica de sus primas la corrupción y la depravación.
Mas
sobre el azul del anchuroso mar brillaba con claro fulgor la delicada y
ondulante red de materia física sutil, permeada por las puras corrientes de
fuerza sustanciales. Y el sol resplandecía en las olas, que incesantemente
emitían su bramante susurrar, cual lejana y grave música de órgano tocada en
honor a Dios.
Nereidas
jubilosas se movían con gran prisa de aquí para allá en este mundo de incesante
bramar y, echando mano de las luminosas redes, se las extendían a los seres del
aire. A lo lejos brillaban con la misma luz rutilante claros segmentos de costa
dentada, islas y ensenadas.
Puro,
simple, sencillo y grandioso al mismo tiempo era el brillo que emitía también
en su natural virginidad la costa de Grecia al otro lado del mar. La anchurosa
espalda del Olimpo se alzaba llegando hasta el cielo teñido de añil, y en torno
al majestuoso pico se agolpaba la agreste belleza del país cual ovejas que se
agrupan en torno a su pastor.
Sobre
el país de los griegos, sobre el mar y sobre la costa de Asia Menor al otro
lado de la gran masa de agua se hechó a ver un movimiento particular. Una luz
clara parecía transfigurar de manera especial este punto de la Tierra.
Asemejándose a construcciones levantadas por poderosos gigantes, se alzaban en
la costa grandes templos y fortalezas.
Poderosas
ciudades resplandecían en la luz del sol y las construcciones que se veían en
ellas atestiguaban, con su carácter estricto, grave y vigoroso, de fe,
disciplina y orden, como también de diligencia, a la vez que entonaban un
cántico excelso y heroico en honor a los eternos dioses.
Nada
se percibía allí de ese éxtasis en lo frívolo y lo pomposo que más adelante
quebrantaría la fuerza de este pueblo, mas ya se veía el germen de ese heroísmo
tenaz y terco que convertiría a esos héroes que en un principio eran temerosos
de Dios en aventureros violentos y porfiados que sometían a los más débiles, no
para traerles progreso, sino solo por sed de poder.
Lentamente
se movía la plateada luz vivificadora del amor divino a lo largo de las costas
griegas, como si buscara algo en ellas y al mismo tiempo vertiera sus
bendiciones sobre la Tierra. Mas no acababa de hacer parada, no se dignaba
descender por fin, ello pese a que los luminosos auxiliadores sustanciales ya
extendían, jubilosos, sus brazos a lo alto, listos para servir de puente en la
materia a la Luz de Dios.
El
brillo plateado continuó moviéndose por las nubes que flotaban sobre la costa y
el mar, y se detuvo un tiempo sobre el litoral de Troya.
De
esa manera, fue preparándose el país, el pueblo, la casa en que habría de
descender una chispa de la Luz de Dios. Ajenos a todo ello, los hombres seguían
viviendo sus vidas llenas de trabajo, de lucha y de goces. Estos seres humanos
vivían de los regalos de Dios, y en las fuerzas de la naturaleza no veían sino
el operar de sus dioses.
(continúa)
Una traducción Del original en alemán
Kassandra
Verwehte Zeit erwacht - Band 1 - 1935
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