terça-feira, 5 de fevereiro de 2019

Casandra XII





Casandra

Por inspiración especial

Así hasta que llegó el gran día para los griegos. Estos estuvieron trabajando incansablemente, y nadie tenía idea de lo que hacían. En la noche, empero, cundió de repente una calma absoluta alrededor de la ciudad: ni un ataque, ni un solo ladrido de perro, ni un relinchar de los caballos. La calma parecía casi siniestra, mas venía muy bien; muy duras que habían sido para Troya las últimas semanas. El hambre había hecho acto de presencia después de todo; debido a la escasez de agua, todos los animales habían sido sacrificados. El pan también escaseaba, pues dos de los inmensos graneros habían sucumbido a un fuego.

Cual espectros deambulaban a rastras los viejos y los niños, toda vez que había que tener en consideración a los hombres y los adolescentes, de modo que estos recibían más comida. Pero aun así ellos también estaban enjutos y atenazados por el cansancio. La escualidez y las enfermedades se fueron propagando cada vez más. Los médicos apenas podían con todo el trabajo, y los fuegos, que hacían las veces de sepulcro de los fallecidos, ardían día y noche. Las negras aves de la muerte cubrían el cielo de Troya.  

Los jóvenes héroes no podían estarse tranquilos: querían lanzar un ataque. Pero Príamo se los prohibió terminantemente. Jamás lo habían visto tan irascible. ¿Qué querría el viejo entonces: condenarlos a todos a morir de hambre y a esperar con las manos cruzadas hasta que llegara el fin? Enojados, hacían conjeturas entre ellos.

El desenlace fue muy diferente a lo que todos esperaban. Al rayar el alba, el guardia apostado en la atalaya hizo sonar el cuerno con gran júbilo. ¿Qué tipo de tonada sería esa? A todos se les heló la sangre. ¿Sería alarma o alegría lo que expresaba? Una vez más se dejó escuchar el sonido de la tuba; cada vez más alto resonaba esta por toda la ciudad en expresión de júbilo. Todos salieron corriendo hacia las torres, los techos y las murallas; Casandra una de las primeras.  

El ponto estaba calmo y desolado, liso cual espejo, y en toda su vastedad no se observaba un solo barco. ¿Qué habría sido de los bajeles griegos? ¿Y su campamento? Todavía se veía parte del equipamiento disperso por doquier: armas para embestir las murallas, piedras, lanzapiedras; mas todo parecía inservible. Y ¿qué era eso allí en la playa? ¿Acaso un animal gigantesco?

De aspecto rígido y de burda construcción, se alzaba en el lugar una figura alta y de cuatro patas, la copia de un caballo griego. Casandra, al verla, sintió desazón y zozobra. Todos los demás, empero, exultaban de gozo. Las puertas de la ciudad se abrieron de par en par, y el pueblo salió en masa a la claridad de la luz del sol. ¡Libres por fin, después de la presión de diez años de guerra!; ¡un verdadero regalo de los dioses!

Jubilosos, apenas se conocían a sí mismos de tanta felicidad que sentían; saltando como niños, se abrazaban unos a otros. Tan solo unos pocos, como Héctor y Príamo, se mostraban precavidos y sacudían la cabeza, mas el pueblo se entregaba de lleno a esta alegría. Así, la gente se puso en marcha hacia la playa y, contentos, pasaron por los campamentos abandonados, donde hallaron pan y vino en grandes cantidades. Alegres y llenos de gratitud, se daban tan solo a disfrutar el momento.

De repente, se oyó un clamor en la muchedumbre:

«¡Vamos a llevar el caballo a la ciudadela!».

Y valiéndose de escaleras, subieron al caballo, que era bien alto, y le tejieron coronas y lo engalanaron como si fuera un animal sacrificatorio. 

En eso se oyó, proveniente de la atalaya, una voz estridente y amenazante:

«¡Ay, pobres de vosotros, pobre de ti, Troya! ¡No os dejéis tentar y prestad oídos a la advertencia: pegadle fuego al coloso, hasta que de éste no quede más que polvo y cenizas!».

Prodújose un silencio total, el cual vino seguido de un murmurar, voces de protesta cargadas de resentimiento, y carcajadas estridentes y preñadas de burla. Silencio de nuevo.

La multitud procedió a colocar el animal sobre cilindros, para así poderlo mover,  y de nuevo dejose escuchar el llamado de advertencia.

«¡Ay, pobre de Troya!; ¡no paséis por alto la advertencia: reducid el animal a cenizas!».

Y Príamo ordenó que, por lo pronto, dejaran al coloso donde estaba. Fue así como la multitud, malhumorada y maldiciendo a Casandra, regresó a la ciudad.



(continúa)




Una traducción Del original en alemán


Kassandra


Verwehte Zeit erwacht - Band 1 - 1935


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