Casandra
Por inspiración especial
Las
tormentas habían cesado y el mar estaba en calma, una calma sepulcral. En las
noches un astro grande y flamígero brillaba sobre el mar: Marte estaba
particularmente cerca de la Tierra.
Entre
las personas más eminentes del país se había desatado una disputa respecto a si
Paris debía embarcarse con Helena. Casandra les reclamó amenazante,
presagiándoles el hundimiento. Burlas y recriminaciones fueron la única
respuesta que recibió.
El
ponto estaba tan calmo que era impensable echarse a la mar. La gente decidió
preguntarle al oráculo, y mandaron a buscar a los sacerdotes.
Pero
el oráculo no tenía nada que decir, como tampoco los videntes, desde que
Casandra había abierto la boca.
Hécuba
montó en cólera y se puso a insultar a la hija delante de la servidumbre,
diciéndole que había empañado el oráculo. Mientras la madre decía todo esto,
Casandra vio una perra negra que, mostrando los dientes, pasó rápidamente por
sobre la reina, y lo que hizo la joven entonces fue retirarse, las manos
encrispadas.
A
partir de ese momento, Casandra siempre veía el rostro de la madre con los ojos
vendados. Al principio, esto la entristecía, mas después se acostumbró a
aguantarlo con resignación. La joven se esforzó por hablar cada vez menos y
dejar que la gente hiciera aquello a lo que, a fin de cuentas, no querían
renunciar. Su espíritu encontró un hilo luminoso que en todo momento la
sostenía y nutría y la llevaba cada vez más alto, a regiones de una claridad
cada vez más beatífica. Estaba segura de que ahí moraban sus iguales, su
segundo yo.
En
momentos de sagrado ensimismamiento descendía hasta ella en una potente
corriente de fuerza una paloma blanca, y recibía además el saber de todas las
cosas y el saber del Dios único. De ahí también recibía el saber de las leyes y
de la Palabra, y todo lo que ocupaba sus pensamientos se encontraba en Él. Él,
empero, estaba solo, y era más sublime que Zeus.
Estos
eran los momentos del cumplimiento, momentos en que Casandra entraba en
conexión con la fuente de su origen para, ya pertrechada una vez más, volver a
su camino terrenal a fin de seguir acumulando experiencias. En cada una de
estas ocasiones se incrementaba la fuerza de su espíritu, y su cuerpo, tratando
de ajustarse al espíritu como la envoltura que era, se desarrollaba de una
manera que no podía pasar desapercibida. Madura y fortalecida y aventajando por
mucho a sus contemporáneos, Casandra tenía el aspecto de una mujer hecha y
derecha y al mismo tiempo contaba con la floreciente juventud, su fuerza y su
belleza. Cada vez era menos lo que abría la boca para decir algo, pero tanto
más certeras e inolvidables eran sus palabras. Y así fue ganando sobremanera en
talla espiritual.
Los
barcos ya estaban aparejados. Ocultos a las miradas de posibles exploradores
enemigos, tripulados por diestros guerreros y acaudillados por los más
valientes héroes, aguardaban la partida para su propio viaje exploratorio.
Príamo, Héctor y Paris, por su parte, habrían de permanecer en tierra. Así
esperaban por vientos favorables.
En
las noches se oía, amenazante, el gañir de los halcones, y Hécuba daba vueltas
en el lecho, presa del desasosiego. Desde que había ultrajado a su hija, su
alma no encontraba paz. Rostros sombríos de mirada fúlgida y errática no
apartaban los ojos de ella. Sombras venían a hacerle compañía, atraídas por sus
lúgubres pensamientos, y después no había manera de que se marcharan. Con el
amor que teme por un ser querido, la mujer se aferraba angustiosamente a sus
hijos varones. En su interior despertó un barrunto de los peligros que
amenazaban y un pasional amor de madre se apoderó de ella.
Sin
embargo, cuanto más este amor temía por los hijos, tanto más crecía el
resentimiento en secreto que la mujer sentía hacia Casandra, y la soberana no
tardó en comenzar a temerle a la mirada serena, diáfana, sapiente y, al mismo
tiempo, incómoda de la hija. Fue así como acabó cerrándole su corazón del todo
y, por último, las puertas de su aposento.
Casandra,
por su parte, no se permitía un minuto de descanso. Mientras más se fue dando
cuenta del lamentable estado de Hécuba, más velaba por el bienestar de la casa
y hacienda y de los suyos. Nadie debía llevarse la impresión de que en esos
tiempos difíciles y de gran peligro, la guardiana de la casa se sumía en un
marasmo. De manera callada y desapercibida llevaba a cabo la joven su labor, y
de esa misma manera se retiraba allí donde la madre tomaba cartas en el asunto.
Todos percibían la bendición de sus laboriosas
manos, pero nadie lograba entender la simple grandeza de su ser. Al contrario,
la gente le hacían sus caminos aún más espinosos con la terquedad y el egoísmo
que tenían para con ella. Fue así como su vida se convirtió en una dura lucha.
(continúa)
Una traducción Del original en alemán
Kassandra
Verwehte Zeit erwacht - Band 1 - 1935
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