segunda-feira, 10 de dezembro de 2018

Casandra VIII








Casandra

Por inspiración especial

Las tormentas habían cesado y el mar estaba en calma, una calma sepulcral. En las noches un astro grande y flamígero brillaba sobre el mar: Marte estaba particularmente cerca de la Tierra.

Entre las personas más eminentes del país se había desatado una disputa respecto a si Paris debía embarcarse con Helena. Casandra les reclamó amenazante, presagiándoles el hundimiento. Burlas y recriminaciones fueron la única respuesta que recibió.

El ponto estaba tan calmo que era impensable echarse a la mar. La gente decidió preguntarle al oráculo, y mandaron a buscar a los sacerdotes.

Pero el oráculo no tenía nada que decir, como tampoco los videntes, desde que Casandra había abierto la boca.

Hécuba montó en cólera y se puso a insultar a la hija delante de la servidumbre, diciéndole que había empañado el oráculo. Mientras la madre decía todo esto, Casandra vio una perra negra que, mostrando los dientes, pasó rápidamente por sobre la reina, y lo que hizo la joven entonces fue retirarse, las manos encrispadas.

A partir de ese momento, Casandra siempre veía el rostro de la madre con los ojos vendados. Al principio, esto la entristecía, mas después se acostumbró a aguantarlo con resignación. La joven se esforzó por hablar cada vez menos y dejar que la gente hiciera aquello a lo que, a fin de cuentas, no querían renunciar. Su espíritu encontró un hilo luminoso que en todo momento la sostenía y nutría y la llevaba cada vez más alto, a regiones de una claridad cada vez más beatífica. Estaba segura de que ahí moraban sus iguales, su segundo yo.

En momentos de sagrado ensimismamiento descendía hasta ella en una potente corriente de fuerza una paloma blanca, y recibía además el saber de todas las cosas y el saber del Dios único. De ahí también recibía el saber de las leyes y de la Palabra, y todo lo que ocupaba sus pensamientos se encontraba en Él. Él, empero, estaba solo, y era más sublime que Zeus.

Estos eran los momentos del cumplimiento, momentos en que Casandra entraba en conexión con la fuente de su origen para, ya pertrechada una vez más, volver a su camino terrenal a fin de seguir acumulando experiencias. En cada una de estas ocasiones se incrementaba la fuerza de su espíritu, y su cuerpo, tratando de ajustarse al espíritu como la envoltura que era, se desarrollaba de una manera que no podía pasar desapercibida. Madura y fortalecida y aventajando por mucho a sus contemporáneos, Casandra tenía el aspecto de una mujer hecha y derecha y al mismo tiempo contaba con la floreciente juventud, su fuerza y su belleza. Cada vez era menos lo que abría la boca para decir algo, pero tanto más certeras e inolvidables eran sus palabras. Y así fue ganando sobremanera en talla espiritual.


Los barcos ya estaban aparejados. Ocultos a las miradas de posibles exploradores enemigos, tripulados por diestros guerreros y acaudillados por los más valientes héroes, aguardaban la partida para su propio viaje exploratorio. Príamo, Héctor y Paris, por su parte, habrían de permanecer en tierra. Así esperaban por vientos favorables.

En las noches se oía, amenazante, el gañir de los halcones, y Hécuba daba vueltas en el lecho, presa del desasosiego. Desde que había ultrajado a su hija, su alma no encontraba paz. Rostros sombríos de mirada fúlgida y errática no apartaban los ojos de ella. Sombras venían a hacerle compañía, atraídas por sus lúgubres pensamientos, y después no había manera de que se marcharan. Con el amor que teme por un ser querido, la mujer se aferraba angustiosamente a sus hijos varones. En su interior despertó un barrunto de los peligros que amenazaban y un pasional amor de madre se apoderó de ella.

Sin embargo, cuanto más este amor temía por los hijos, tanto más crecía el resentimiento en secreto que la mujer sentía hacia Casandra, y la soberana no tardó en comenzar a temerle a la mirada serena, diáfana, sapiente y, al mismo tiempo, incómoda de la hija. Fue así como acabó cerrándole su corazón del todo y, por último, las puertas de su aposento.

Casandra, por su parte, no se permitía un minuto de descanso. Mientras más se fue dando cuenta del lamentable estado de Hécuba, más velaba por el bienestar de la casa y hacienda y de los suyos. Nadie debía llevarse la impresión de que en esos tiempos difíciles y de gran peligro, la guardiana de la casa se sumía en un marasmo. De manera callada y desapercibida llevaba a cabo la joven su labor, y de esa misma manera se retiraba allí donde la madre tomaba cartas en el asunto.

Todos percibían la bendición de sus laboriosas manos, pero nadie lograba entender la simple grandeza de su ser. Al contrario, la gente le hacían sus caminos aún más espinosos con la terquedad y el egoísmo que tenían para con ella. Fue así como su vida se convirtió en una dura lucha.

(continúa)




Una traducción Del original en alemán


Kassandra


Verwehte Zeit erwacht - Band 1 - 1935






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